SOBRE POESÍA

No quiero hablar de una poética pues no existe


Cuando el poeta logra ser un todo con su poesía, en forma consciente, es cuando la contradicción – a la que denominamos mentira – cesa por completo. No obstante, si se identifica, ajeno a una comprensión de él con su creación hasta conformar un todo indivisible aislándole o encerrándose en sí mismo, lo único que puede alcanzar es un desequilibrio mental.


Silvia Osorio

El don de la escritura

Me parece que el objetivo de un poema, y más exactamente de un libro, es secundario a la hora de buscar explicaciones conscientes de por qué y cómo fue concebido. Si el poeta tuviera la capacidad de tener una conciencia íntegra de sí mismo, cosa rara en él, podría decirnos qué quiso decir. El libro dependiendo de quién o quiénes lo lean, dirá cosas indistintas. El poema tomado aisladamente, sólo podrá indicar, por medio del centro emocional de quien está frente a él, qué cosas dice y qué cosas deja de decir.

Me parece que al poeta se le atribuye un rol extraordinario que en ningún caso posee. Cuando se habla de un ‘don’, debiera decirse habilidad. Es lo que en definitiva caracteriza al creador. “Habilidad” de decir cosas o la ‘habilidad’ de construir imágenes que, en ningún, caso le pertenecen. Son imágenes robadas de la naturaleza. Entonces, debemos admitir que un poeta es un imitador de cuanto lo rodea. Según fije su atención, podrá no únicamente asombrar al resto. Además, maravillarse con él mismo. 

El poeta es ignorante en los aspectos que dicen relación con su mensaje. Por el contrario, no con lo referente a la estructura ya que, de alguna forma, debe de antemano conocer – o reconocer – lo que atañe al oficio y la métrica. El creador, en cualquier disciplina que desarrolle, deberá estar sumido en un estado de conciencia superior para estructurar un verso. Similar estado para matizar una pintura o atiborrar una partitura. Si cada creador fuera dueño y amo absoluto de sí mismo – si tuviera un YO permanente – su creación seria pareja. Tendría un mensaje claro y cualquier persona, que accediera a esa creación, sabría decir qué siente: qué ve y qué escucha. Sin embargo, el oyente es tan ignorante como el creador. Sólo por vanidad se atribuye la capacidad y hasta el poder de descifrar, discernir o conceptualizar.

Al sostener ‘YO SOY’, ‘YO HABLO’, ‘YO ESCRIBO’, ‘YO ENTIENDO’, miente. También se falsea. Por el contrario, si expresara ‘YO CREO QUE ENTIENDO’, sería honesto con él, con el creador y con lo creado. Lo único claro, en el ámbito de este debate, es que cada cosa sucede. En el caso particular de un poeta, ‘SUCEDE QUE ESCRIBE’, ‘SUCEDE QUE ES UN POETA’. No obstante, no es un creador porque lo quiera. Más bien, está sujeto a las leyes del universo. En este sentido, el universo externo, al creador, no le mostrará jamás las verdades. Tampoco el porque. Al carecer de una unidad, aquella revelación lo enajenaría por no poder ser uno y siempre el mismo.

El sentido y la percepción

Lo digo de entrada. Sin reservas: no quiero hablar de una poética pues no existe. Por el contrario, lo que anda revoloteando, o aleteando por mi interior, es una idea vaga de lo que me gustaría decir. Más bien, evidenciar en mi escritura. En este aspecto, la inspiración no existe. Lo que llamamos inspiración es, en rigor, una aptitud que, por gusto personal o afición, se va desarrollando: es cuánto se suda frente a la página en blanco. Es cuando el obrero transpira subiendo o bajando del andamio. Es un proceso que se desarrolla con la ayuda de sus pares de oficio. Quien escribe poesía – a quien denominan poeta – hace textualmente lo mismo.

Para separar verdad y poesía tendríamos que entender, en primer término, qué es una verdad. Una verdad, deduzco, está condicionada por la vivencia personal. En consecuencia, no se puede repetir ni clasificar por su esencia íntima. Lo único que podemos hacer es repetir la sensación. Pero esa sensación, vivificada interiormente, ha pasado y el contenido emocional, que la nutrió, se ha desvanecido. Resulta ilógico sostener que es posible acceder a ella, en el sentido de emoción, del mismo modo que aquel que la experimentó.

Si el poeta, conscientemente, se hiciera uno con su obra toda su creación, en síntesis, equivaldría a una verdad incuestionable. Todas las emociones, más las imágenes que hubiesen quedado impresas en la cara del papel, serían el producto de una experiencia directa de su yo poético con todo aquello que lo rodea. Empero, si el lector repitiera, como una verdad propia, aquellas sensaciones o emociones – que recibe a través de la lectura de un determinado poema – dejarían de ser una experiencia verdadera. Auténtica, pero no como lo opuesto a la mentira. Más bien, como una mera repetición.

La ilusión y el espejismo

Es a través de la costumbre de repetir lo del ‘otro’, u otros han dicho, es que cada uno asegura conocer la verdad. Si fuéramos capaces de detener el pensamiento, comprobaríamos que todo lo nombramos a través de la memoria. Asimismo, nos daríamos cuenta de que la memoria no es otra cosa que el centro en donde las palabras se acumulan. Al nombrar algo no significa que se posee un conocimiento real. Más bien,  es algo muy parecido a una ilusión o un espejismo. Cuando nombramos una flor, y le ponemos el rótulo de siempreviva, no quiere decir que la conozcamos efectivamente. Lo que hacemos, en rigor, es pasar frente a ella. Nos olvidamos de examinarla a través de los sentidos.

En el caso de la verdad y la poesía, no se puede hablar libremente de mentira. La mentira, tal como la concebimos, no es otra cosa que auto-contradicción. Si el poeta viviera de acuerdo a una norma estética, moral o religiosa por parecerse a tal o cual persona o por obtener fama y reconocimiento, caería en la categoría de lo que denominamos como deseo: deseo de ser famoso, de quedar bien con los lectores o con su propia familia.

Cuando el poeta logra ser un todo con su poesía, en forma consciente, es cuando la contradicción – a la que denominamos mentira – cesa por completo. No obstante, si se identifica, ajeno a una comprensión de él con su creación hasta conformar un todo indivisible, aislándose o encerrándose en sí mismo, lo único que puede alcanzar es un desequilibrio mental.

(Selección de textos Las pupilas del insomnio de Silvia Osorio. Editorial Bordes, 2013)